La irrealidad es esa realidad alterna: lo que pudo ser y no fue. Pongamos por ejemplo mi ilusión de estar enamorado de una vez y para siempre de la mujer más guapa (¿hermosa?) que conocí por única y primera vez y que ella misma iluminara las mañanas y permaneciera al lado. Yo no quería nada más que eso.
Tampoco sabía que, si eso no sucediera, un día podrían existir el aburrimiento o el hastío. Nunca supuse eso. En esa época pensé que sería una sola y no más.
Pero algo ocurrió y nunca más fue aquello que pensé era lo único que importaba.
De modo que torcí el camino y ahora, a dónde me dirija, no existe más que ese estado ideal.
Todo alrededor es engañoso, incierto. De lo único que tengo certeza es de lo que una vez fuiste.
Eres la historia que le susurro a algunos cuantos, sin nombres ni calles ni época; la única con la que mi historia, la nuestra, pudo ser diferente.
Y no entienden. Se imaginan que en algún momento, por una coincidencia extraordinaria el destino inicial podría recobrarse. Y no es así.
Estar contigo, imaginarte en todas las formas posibles, con tu deseo, con tu probable necesidad de ser querida en forma absoluta, en cada una de tus partes; amanecer conmigo en ti sin otro objetivo que volver a ti. Sin tener que pasar por la inútil y vacía experiencia de dejarte en alguna hora de la mañana... con la incertidumbre de volverte a ver.
Estoy loco por desearlo. Por recrearlo.
Peor aún, deseando olvidaras aquel día trágico.
Ser de nuevo contigo. Sin que existan ni tiempo ni personas que no sean tú.
Dormir plácidamente contigo.
Y amanecer.
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